Exactamente 15 minutos después, y no un segundo más, una figura emergió del otro lado del pasillo. Se veía despeinado, con la corbata aflojada y la chaqueta del traje sobre su brazo. Su camisa negra estaba húmeda de sudor, ceñida a sus abdominales esculpidos y músculos prominentes. Sus largas y fuertes piernas se movían en zancadas poderosas, casi como un sprint. La vista era un espectáculo para todos los presentes, quienes observaban con los ojos muy abiertos y la boca abierta.
Algunos de ellos habían visto a Rafael Briley en revistas que presentaban a jóvenes empresarios exitosos, mientras que otros lo habían visto en entrevistas. Aunque habían admirado su apariencia y lo consideraban más guapo que muchos actores, esas instancias eran pocas y espaciadas ya que rara vez se le veía. Ahora, al verlo en persona, sentían como si les fallaran los pulmones, abrumados por su presencia e incapaces de respirar.