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Athena permaneció en silencio, lanzando su bolso a un lado mientras se desplomaba en el sofá junto a su madre, cuyo cuerpo se tensó visiblemente. Incluso su padre podía decir por la expresión de Athena que la cita a ciegas había sido un desastre. Todos se habían reunido en la sala de estar como solían hacer, esperando calibrar su reacción, un ritual del que Athena era plenamente consciente. Sabía que sus padres estaban ansiosos por discutir el resultado de la cita a ciegas, como siempre lo hacían.
Conforme la familia de Athena observaba su comportamiento inusual, su ansiedad aumentaba, intensificando su curiosidad sobre lo que había ocurrido. Las especulaciones corrían desenfrenadas; temían que Athena hubiera sido maltratada y acosada, y su imaginación alimentaba su creciente enojo. Incluso antes de conocer toda la verdad, ya estaban al borde del ataque nervioso, imaginando el peor de los escenarios.