—Pero ya no sirve llorar sobre la leche derramada —decidió Xavier, resuelto a igualar la desfachatez de Leo si era necesario. Mientras seguía trabajando en la cocina, entrecerró los ojos mirando a Leo, su mente bullendo con ideas sobre cómo captar la atención de Hera.
Mientras Leo y Xavier se afanaban en la cocina, absortos en sus propios pensamientos, instintivamente buscaban a Hera siempre que necesitaban un descanso o un momento de consuelo. Para ellos, ella era como un cargador humano, capaz de reponer su energía con solo su presencia.