—Cariño, ¿viste su cara? —dijo Athena entre risitas.
—¡Por supuesto que la vi! Especialmente cuando mencionaste que te gustaban las sobras. Debió haber pensado que eras una mendiga o algo así —respondió Hera, riendo entre dientes.
—¿¡Qué?! —La risa de Athena se detuvo abruptamente al darse cuenta de que se había perdido esa parte, felizmente inconsciente de la interpretación errónea de Rafael.
—¿Qué? ¿No lo viste? Por eso lo aclaré. Te estaba salvando de una posible vergüenza —Hera rió, viendo a su mejor amiga atónita y en silencio. Continuó:
— Probablemente pensaste que le hiciste sufrir una pérdida por la cena de esta noche, gastando unos cientos de miles. Pero aunque su riqueza no esté a la altura de la de los Avery, esa cantidad es solo una gota en el océano para alguien como él —explicó Hera.
«¿Debía haber estado disgustado por la vista de alguien pobre como yo, por eso se escapó tan rápido?», se dijo Athena para sí misma.