Ding...
Ding...
Ding...
Ding...
El teléfono de Hera no paraba de vibrar con notificaciones, sacándola de su sueño. Entreabriendo los ojos con somnolencia, su teléfono sonó. Normalmente, no era de las que se levantaban de mal humor, pero hoy pensó que podría hacer una excepción.
Aún no había amanecido y era demasiado temprano para estar despierta. Le dolían las articulaciones y se sentía a punto de tener fiebre. Con renuencia, contestó la llamada.
—¿Hola? —su voz aún era ronca y tenía la garganta seca. Con torpeza, se levantó de la cama para tomar agua, agradecida por la jarra que siempre mantenía en su mesa de centro.
—¡Cariño, soy yo! —La voz exasperada de Athena llegó desde el otro lado.
—¿Qué pasa? —preguntó Hera mientras se servía un vaso de agua.