El rostro de Xing Shu se volvió pálido al instante. Era una serpiente, y había más de una.
El ambiente negro como el tizón, sonidos extraños y un número desconocido de serpientes... Xing Shu sabía que Chen Ru la odiaba, pero no esperaba que los métodos de Chen Ru fueran tan viciosos. En la oscuridad, el sonido de las serpientes sacando sus lenguas se amplificaba infinitamente, y el sonido de la piel de las serpientes rozando el suelo hacía que la piel del cuero cabelludo se erizara.
Xing Shu no sabía cuánto tiempo había pasado. Sentía que ya no podía resistir más. No sabía cuántas serpientes más serían liberadas en la habitación. Lo único que podía hacer ahora era abrazarse a sí misma e intentar no escuchar ni pensar.
Fuera de la puerta, el guardaespaldas que acababa de soltar las serpientes reveló una sonrisa desagradable.
—Señora, aquí también hay ciempiés. ¿Quiere que los siga soltando? —preguntó.