Jiang Xin estaba en la habitación y miraba a las personas que los rodeaban en medio del salón, especialmente cómo Jing Chen y Su Jing protegían a Su Wan detrás de ellos. Le dolían los ojos.
Y Jing Jing tenía a Jing Yu en sus manos.
—¡Maldición! ¿No dijiste que querías asesinar a Su Wan? ¿De qué sirve secuestrar a ese maldito mocoso? —Jiang Xin miraba fijamente en dirección a Su Wan, sus ojos fríos y llenos de un odio sin fin. También estaba llena de resentimiento por el repentino cambio de corazón de Jing Jing.
Sin embargo, tras pensarlo un segundo vez, no parecía mala idea matar primero al hijo de Su Wan y dejar que Su Wan muriera lentamente de dolor. Tan pronto como este pensamiento surgió, las emociones agitadas de Jiang Xin gradualmente se estabilizaron.
De todos modos, Jing Jing le había prometido previamente que definitivamente la ayudaría a deshacerse de Su Wan. Entonces, ella simplemente observaría desde aquí.
