—¿Tiene algún sentido huir? ¿Sirena? —bromeó Xie Jiuhan.
Feng Qing se detuvo en seco. Ya no podía fingir. Solo podía bajar la cabeza y acercarse a Xie Jiuhan, luciendo adorable mientras se preparaba para ser castigada.
Su cabello mojado estaba colocado sobre su pecho. Acababa de terminar de bañarse y bajo la luz, todo su cuerpo emitía un vapor de agua brillante y translúcido. Unas gotas de agua que no se habían secado caían cerca de su clavícula. Combinado con su piel blanca y tierna, daban ganas de morderla.
—Marido… —se quejó Feng Qing.
El estómago de Xie Jiuhan empezó a arder. Feng Qing había dicho esto con la voz de una mujer madura, desencadenando al instante sus instintos biológicos. Si no fuera por su fuerte autocontrol, ya se habría lanzado sobre ella como un lobo hambriento.
—¿Así es como sueles cantar en línea? —preguntó Xie Jiuhan fríamente.
—Sí… —Feng Qing asintió obediente, sin atreverse a decir nada más.