La luz plateada de la luna entró por la ventana e iluminó a Xie Jiuhan. Lo hacía ver aún más especial. En ese momento, el corazón de Feng Qing se relajó un poco. Tuvo el impulso de quitarse la máscara y las gafas de sol, pero al final, lo resistió con fuerza.
Ese hombre que estaba en la cima de Capital, ese hombre al que el mundo llamaba Noveno Maestro, estaba realmente dispuesto a arrodillarse por ella.
—Sanador, eres la primera persona ante la que yo, Xie Jiuhan, me he arrodillado. Usa mi dignidad. Por favor, te lo suplico, salva los ojos de mi esposa. Si ni tú puedes tratarla, entonces mi esposa podría nunca recuperar su visión. No puedo soportar que ella nunca vuelva a verme. —Xie Jiuhan se arrodilló en el suelo con una mirada sincera.