Samantha era como Rochelle en aquel entonces. Si quería llamar a Timothy, no dudaría en hacerlo. No importaba dónde estuviera, qué hora fuera, o si estaba feliz o triste.
Todo era porque él la había consentido y mimado. Su afecto era en lo único que confiaba.
Desde entonces, ya no tenía nada en lo que confiar.
Jonathan ya había contestado el teléfono, y Rochelle se colocó las manos en las caderas mientras maldecía enojada. Todos los insultos que utilizaba nunca se repetían y sus labios los pronunciaban con agilidad.
Samantha sostenía la copa de vino y daba sorbos de ella mientras observaba a Rochelle maldecir a Jonathan. Había un destello de envidia en sus ojos.
El alcohol le daba bastante valor. Lentamente empezaba a subirle a la cabeza, haciendo que su lucidez se desvaneciera poco a poco. Sus ojos se dirigieron lentamente a su teléfono móvil y lo alcanzó, pero pronto lo dejó de nuevo tras levantarlo. El acto de cogerlo y dejarlo fue repetido una y otra vez.