Los delgados dedos de Alan pulsaban ligeramente sobre la mesa. Guardó silencio durante medio segundo antes de responder con una pregunta en lugar de una respuesta —Sammy, como buscas al Pequeño San Juan, probablemente ya te hayas informado de su situación de antemano. Él no trata a nadie por capricho. ¿Con qué estás preparada para convencerlo?
La pregunta era muy realista. No era suficiente con buscar al pequeño santo—tenía que estar dispuesto a dar tratamiento.
Samantha ya lo había considerado antes, pero dijo con toda seriedad y sin pensarlo dos veces —Haré cualquier cosa, siempre y cuando esté dispuesto a curar a mi hermano.
Alan no se sorprendió por su respuesta. Después de haber sido médico durante tanto tiempo, había visto a innumerables pacientes con familiares como ella. Las palabras que solían decir ya estaban grabadas en su mente.
No anduvo con rodeos con Samantha. Abrió nuevamente los labios y preguntó con franqueza —Sammy, ¿eres lo suficientemente poderosa o rica?