Adrik asintió con la cabeza.
—Lo hará —sonrió y acarició su cabello suavemente—. ¿Qué tal si vamos otra vez cuando tú y ella se hayan calmado? Estoy seguro de que ambas lo habrán pensado profundamente.
Layana levantó la cabeza y lo miró. —Estaría bien. Pero... dudo que ella quiera volver a verme.
—Dudo que ella te desagrade para siempre —Adrik rió entre dientes—. Sólo tienes que dejar que vea tu buen lado.
Layana sonrió y asintió lentamente con la cabeza. —Vale...
Temprano la siguiente mañana, Nix, que había llegado a su hospital, se puso su bata de trabajo.
Se dirigió a la sala donde estaban atendiendo a Vicente y llamó a la puerta.
—Adelante —dijo la voz de Vicente.
Nix empujó la puerta y entró. Caminó hasta la cama y observó a Vicente, que, como de costumbre, estaba sentado en la cama.
—¿Cómo estás? —preguntó.
Vicente giró la cabeza hacia la dirección de su voz y sonrió a medias.
—Un poco mejor. Aunque todavía me duelen los ojos —respondió.