Valerio salió del baño y se dirigió a la cama.
Se acostó, se cubrió con la sábana y soltó un profundo suspiro.
Cualquiera que lo mirara podía decir que algo le preocupaba mucho.
Everly, quien todavía estaba sentada en el sofá, apartó la mirada del libro que tenía en la mano y lo miró. Frunció el ceño y cerró el libro.
Se levantó, caminó hacia la cama y se subió para sentarse a su lado.
—Valerio —lo llamó.
Valerio yacía con los ojos cerrados, sin ganas de decir una palabra.
—Valerio, ¿está todo bien contigo? ¿Hay algo mal? —Preocupada, insistió Everly.
Valerio respiró hondo y abrió los ojos para mirarla. —Todo está bien —respondió.
—Estás mintiendo. No estás de buen humor y no paras de suspirar. Dime qué te pasa. —Everly le sonrió suavemente y tomó su mano.
Valerio se tomó un momento para calmarse y se sentó en la cama. Se recostó en el cabezal y atrajo sus piernas hacia el pecho.
—No es solo una cosa lo que me preocupa... Everly —le dijo a ella.