Rosa la miró fijamente y le retiró suavemente la mano.
—A casa —respondió.
—¿Por qué? ¿Ya no quieres quedarte conmigo? —Keisha preguntó con confusión escrita en todo su rostro.
Rosa parpadeó, preguntándose por qué pensaría eso, —Eh... estás entendiendo todo mal, Keisha. Disfruté quedarme contigo, pero... debo regresar a casa ahora.
—¿Pero por qué? ¿No puedes quedarte un poco más? —Keisha preguntó.
Una mueca se asentó en el rostro de Rosa y ladeó la cabeza a un lado.
—¿Estás... sola o qué? —preguntó, sintiendo que ese era el problema.
El corazón de Keisha dio un vuelco y desvió la mirada hacia el suelo.
—Algo así —murmuró.
—No puedo hacer nada al respecto, Keisha. Siempre has vivido sola, así que deberías estar acostumbrada.
—Aunque quiera quedarme contigo, no puedo hacerlo. Tengo mis propios problemas con los que lidiar, así que... no puedo —Rosa sacudió la cabeza con una disculpa y tiró de la puerta del taxi para abrirla.
—Espera —Keisha agarró el borde de su camisa.