—¡Mocoso! —gritó, listo para transferir su ira a Vicente, pero Vicente, que ya había tenido suficiente, lo golpeó furiosamente en la cara, sus ojos llenos de rabia ocultos detrás de su pelo caído que le cubría el rostro.
—¡Dije que quites tus sucias manos de mi madre! —gritó y lo golpeó una vez más, su tono lleno de frustración.
Alfonso cayó al suelo y levantó la cabeza para mirar a Vicente.
—¿Te atreviste a ponerle las manos encima? —preguntó.
Una amplia sonrisa donde incluso sus dientes eran visibles surgió en la cara de Vicente, y se echó el pelo hacia atrás, metiendo también los pocos mechones detrás de sus orejas.
Sus ojos llenos de odio miraron a Alfonso, y él soltó una risa suave.
—Si alguna vez intentas lastimar a mi madre de nuevo, si siquiera tocas un solo pelo de su cuerpo, ¡te mataré! —enfatizó y se volvió hacia Irene.
—Madre, ¿estás bien? —preguntó, e Irene, que había mantenido su mirada en él todo el tiempo, estalló en lágrimas.