La sonrisa de Kaden solía ser tan cálida que podía derretir el hielo y la nieve. Lina siempre había estado cautivada por su rara risa, madura como los anillos de los árboles. Cuando él sonreía, todas sus preocupaciones desaparecían. Era un dulce sueño y ella temía ser su peor pesadilla. Ahora, los roles estaban invertidos.
En su abrazo, recordó sus viejos días de espadas y carruajes, de pistolas y palanquines, de plumas y vehículos.
Entonces, cuando Lina solo sintió dientes y ningún dolor, se quedó helada. En el último momento, Kaden retrajo sus colmillos. En el último momento, no tomó lo que no debía. Lina sintió que sus rodillas cedían, pero él ni siquiera le permitió deslizarse un centímetro. Estaba justo donde pertenecía.
—Una última oportunidad —murmuró Kaden, besando el mismo lugar donde estaban las marcas de sus dientes. Ella lo mataría si lo viera.