Lina se dio cuenta de que no todo en su vida salía como esperaba. Cuando era niña, quería vivir en una casa acogedora con un esposo amoroso y habitaciones dedicadas a sus pasatiempos. No imaginaba el glamour de los rascacielos, las personas que dependían de ella, o las locuras de gente tratando de romper su relación.
—Actúas como una amante desechada. Madura —la propia voz de Lina la sorprendió. De hecho, toda la habitación quedó estupefacta.
Esperaban que gritara. Que saliera corriendo. O que luchara para entrar. En lugar de eso, se quedó en la entrada. Su delgada silueta estaba erguida. Sus hombros hacia atrás. Sus ojos desaprobadores.
Lina estaba herida. Las palabras de Priscilla le parecieron demasiado precisas. Podía sentir los espinos de la duda retorciéndose en su corazón. No podía mostrar el dolor. No aquí. No en esta oficina. No cuando eso era lo que Priscilla quería ver.