Durante los próximos días, parecía que se libraban dos guerras. Una guerra dentro de los muros del palacio y otra fuera de él. Mientras Kade y su gente se preparaban con los suministros y planes en la oficina, él volvía a casa a su finca donde se libraba una batalla silenciosa.
Lina dormía en un dormitorio separado. Ella era su legítima Primera Esposa. La única mujer a la que no había alimentado con medicina para inducir abortos, como había hecho con sus escarceos ocasionales hace tiempo. La única mujer a la que permitiría engendrar a sus hijos.
Lina sabía lo que Kade quería de ella. Quería tratarla bien, que ella disfrutara de los beneficios de su trabajo. Él trabajó duro para darle a su esposa todo lo que necesitaría en la vida. Poder. Reputación. Riqueza. A Kade no le faltaba nada. Aun así, Lina ya no tocaba nada de lo suyo.