Algún día, cuando Kaden la dejara, Lina estaba segura de que los recuerdos lo perseguirían para siempre. Lina sabía que no existía la eternidad con un hombre que se marchaba a la guerra. Morirían en batalla. Arriesgarían su vida por el país.
¿Y Lina? Ella era una heredera por sangre. Si Altan ya no la quería, si los Medeors la rechazaban y si los Yangs la odiaban, siempre podía ser vendida a otro hombre. Él sería mayor, su aliento pútrido y sus divorcios interminables.
Lina sabía que ambos nunca podrían durar. Era ingenua, pero no estúpida. Conocía el futuro. Sabía que no habría futuro. No habría matrimonio.
Al final, solo sería un amorío.
Así que, Lina pretendió que no saldría de esta habitación con el corazón roto. Pretendió que durarían. Pretendió que esta generación de su familia no sería borrada de la historia, incinerada y olvidada por lo pecaminoso del acto que había cometido.
—¿En qué piensas, paloma? —preguntó él.
—No lo sé.