—Oye, ¿quién es esa?
—Dios mío, quiero ser como ella cuando sea grande.
—Es tan bonita, ¿crees que sea una benefactora de la escuela?
En el segundo en que Lina salió del coche, comenzaron los susurros. Lina siempre se preguntaba de quién hablaban tan cariñosamente. Cuando se miraba al espejo, apenas veía los rasgos que despertaban esos cumplidos. Estella siempre solía quejarse de que Lina necesitaba tener mejor autoestima, pero Lina decía que estaba siendo realista.
Quitándose las gafas de sol, Lina le dedicó una sonrisa a una estudiante cercana. En particular, su mirada barrió sobre la arcilla desordenada en los pantalones de mezclilla y la recién secada escultura de un rostro con flores brotando de los rasgos. Estaba intrigada, pero le echó un vistazo no más de un segundo.
Lina recordó que su galería podría utilizar a unos cuantos escultores más. Así que, metió la mano en su bolsillo, sacó una tarjeta de presentación y se acercó a la estudiante.