—Es demasiado tarde —Lina finalmente confesó—. Demasiado tarde.
En ese preciso momento, un suave golpe resonó por toda la habitación. Teodoro entró, inclinó su cabeza y fingió no ver al hombre de rodillas en el suelo declarando su amor por su Señora. Teodoro fingió que era una ocurrencia cotidiana. Por lo hermosa que era su Señora, estaba seguro de que esto había pasado más de una vez.
—Su té de manzanilla, Señora, y para nuestro desquiciado invitado —explicó Teodoro, colocando la bandeja de porcelana sobre la mesa—. Acompañándolo hay galletas y pastas.
Atlantis miró secamente al envejecido mayordomo, que jamás lo miró a él. Sin decir otra palabra, Teodoro volvió a inclinarse y salió de la habitación silenciosamente.
—Dije lo que dije —informó Lina a Atlantis. Ella arrancó su mano—. Es demasiado tarde. Disfruta tu té y vete.
—Lina
—Ahora.