—Princesa
Lina empujó al hombre detrás de ella. Lo protegió con todo su cuerpo, sus brazos extendidos. Sabía que su marido no la lastimaría. Destrozaría su corazón en mil pedazos pero jamás le pondría una mano encima. Ese era el tipo de hombre que era.
Fiel a sus palabras, la espada nunca entró en contacto con ella. Pero bien podría haber sido así. Su respiración se cortó. No podía jadear para respirar. La punta de la espada estaba a un pelo de distancia de su garganta.
—¿Vas a proteger a tu secuestrador? —Kade le preguntó. Su voz era baja y firme, a pesar de haberla perseguido a través del bosque. Ni siquiera había un atisbo de ira.
Las pestañas de Lina titilaron. Su mirada voló hacia la afilada espada que podría cortarle la garganta de un tajo limpio.
Antes de que pudiera parpadear, Kade retrajo su espada. Luego, giró sobre sus talones, agarró sus muñecas y la arrastró hacia un lado.
—¡No! —Lina gritó, pero ya era demasiado tarde.
¡SPLAT!