—Rayven dejó a Angélica después de decirle que eso era simplemente quién era él. No podía cambiar ciertas cosas. Estaba enfadado y no quería decirle nada incorrecto. Primero necesitaba calmarse.
Al ir a su habitación caminó de un lado a otro. Realmente no podía evitar la necesidad de castigar. Sus manos ya picaban por marcar su rostro ya curado o por hacerse daño de cualquier otra manera.
Con un suspiro, se sentó en su cama. Estuvo tan cerca de ignorar lo que Angélica le había dicho e ir a buscar a esos hombres sucios. Para detener sus impulsos fue a buscar a Angélica para mantenerse ocupado y así no hacer nada de lo que se arrepentiría.
La puerta de la habitación de Angélica estaba abierta y Rayven llamó antes de entrar. Ella estaba sentada en el suelo, todavía desempacando el baúl. Se volvió a mirarlo. —No te has ido —ella sonrió feliz de que él la escuchara.
—¿Preparo el almuerzo? —preguntó ella intentando levantarse.
—No. Sigue desempacando —él le dijo.