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La espalda de Abel aterrizó en el suelo con un golpe, parpadeando sorprendido por la cuestionable fuerza de Aries. ¿A dónde fue su confianza? Parpadeaba más rápido de lo habitual, las líneas entre sus cejas profundizándose.
—Oh, cariño... una vez es suficiente, dos veces es demasiado y tres... —Abel soltó una risa seca, sin sonido—. ...tres es un veneno que puede matar.
—¿Mi dama? —La sirviente se detuvo en cuanto cerró la puerta tras de sí, frunciendo el ceño cuando sus ojos cayeron en la cama vacía. Se sobresaltó ligeramente cuando Aries apareció del otro lado de la cama.
—¿Sí? —Aries se rió nerviosamente, a punto de levantarse, pero Abel mantuvo sus caderas quietas.