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—Hazlo rápido, Reverendo. Quiero esta boda y no me casaré con nadie más que con Aries Aime Heathcliffe. Ella es lo único bueno que me ha pasado y todo lo que necesito es a ella —continuó Abel solemnemente, casi haciendo llorar al Reverendo de miedo, ya que su tono contrastaba drásticamente con sus palabras afectuosas. Abel sonaba como si lo estuviera amenazando.
—Ella es mi mundo y no permitiré que nada ni nadie, ni siquiera este mundo que todos ustedes respiran, le haga daño. Dile esto al Dios al que adoras, Reverendo. Esta unión... no es para pedir Su bendición sino una advertencia de no meterse con ella, porque me enfrentaré con cualquiera que intente quitármela —añadió, haciendo que todos los que escucharon sus votos matrimoniales se estremecieran; el Reverendo lloraba por dentro, y Aries soltó una débil carcajada.
Abel hizo una larga pausa mientras miraba lentamente la cruz dorada detrás del Reverendo. Sus párpados caían, pero sus ojos irradiaban sinceridad.