Mientras tanto, en la cancillería del príncipe heredero...
Joaquín estaba sentado en la silla detrás del escritorio, con los pies sobre este. Sostenía un vaso de ron, apretándolo hasta que aparecían ondulaciones en la superficie del alcohol en su interior.
—Inez... —entrecerró los ojos, que emanaban intención de matar.
El pensamiento de Inez le traía esta ira indescriptible al pecho. Su respiración se hacía más pesada a medida que su mente volvía al suceso de anoche.
—Dame tu palabra y te diré quién exactamente lo tomó, hermano.
Joaquín se agachó para mirar a Inez a los ojos. Ella tenía esa sonrisa maliciosa en su rostro sucio y la burla en sus ojos era evidente.
—¿Y qué quieres a cambio? —preguntó—. ¿Qué tipo de promesa querrías de mí, Inez? Estoy seguro de que la libertad no es lo único que querrías a cambio.
El lado de sus labios se estiró más.