—Mi... libido.
Abel esbozó una sonrisa al ver a Aries salir de su estado de semi-consciencia. Sus cejas se fruncieron en el centro, parpadeando dos veces para asegurarse de que estaba viendo bien.
—¿¡Abel!? —su rostro se iluminó y sus ojos brillaron de emoción.
—El único y sin igual —su sonrisa se amplió, levantó sus cejas y frunció los labios hacia la daga. Aries apartó la mirada al instante retrocediendo, aún montándolo. Hizo una mueca cuando su vista cayó en la daga y su mano envolviéndola por la hoja.
—Lo siento —Aries sonrió con torpeza mientras Abel sonreía de forma juguetona.
—Ay, querida. Mi corazón está en un dolor más profundo que mi mano —expresó desanimado, pellizcando la punta de la daga mientras abría su otra mano—. ¿Cómo no vas a saber que soy yo? No creo que esto sea amor verdadero.
—Nunca dije que te amo.
Abel parpadeó una vez antes de resoplar. —Entonces dilo.