—Padre... —Aries llamó en un susurro mientras las lágrimas le rodaban por la mejilla, viendo a su padre ser arrastrado hacia el cadalso. Se suspendió su respiración mientras el otro hombre posicionaba a su padre para ser decapitado. La voz que enumeraba los crímenes de su amado padre sonaba lejana, ya que su mente apenas funcionaba.
—Así que, con los atroces crímenes que cometió, será decapitado. —Esas palabras sonaron como un tambor de gong justo delante de sus oídos. Al segundo siguiente, la ancha cuchilla de la guillotina cayó, y la cabeza de su padre entró en el cubo mientras su sangre se acumulaba en las tablas de madera. Todo lo que ella podía hacer era mirar fijamente mientras arrastraban el cuerpo sin cabeza de su padre como si nada, llevando a su hermano a hacer lo mismo con él.
—Basta... —susurró mientras su hermano alzaba la vista, clavando los ojos en los de ella. Este último mostraba una débil sonrisa, rompiéndole el corazón en añicos.
Mientras su hermano enfrentaba el mismo destino que su padre, Aries solo podía preguntarse una cosa: ¿cómo había llegado Rikhill a enfrentarse a una pesadilla semejante? Su país había vivido en paz y prosperidad con un rey sabio y amable como su padre. Con una familia real armoniosa que estaba cercana a sus súbditos, ¿cómo llegó todo a un final tan trágico?
El rey y el resto de la familia real fueron considerados traidores. Aquellos que lucharon junto a sus hermanos fueron deshonrados. Y todo lo que ella podía hacer era ver a todos a quienes quería compartir el mismo destino. Uno tras otro, la sangre de la familia real teñía el suelo mientras sus cabezas se separaban de sus hombros en un abrir y cerrar de ojos.
—Qué espectáculo para contemplar. —Una voz a su lado le acariciaba los oídos, devolviéndo a Aries a la realidad. Giró lentamente la cabeza hacia el lado y sus ojos se posaron inmediatamente en un hombre.
Tenía una sonrisa burlona en su atractivo rostro. Sus ojos plateados estaban llenos de desprecio mientras la miraba con deleite.
—Específicamente instruí a mi gente para usar la hoja más afilada para que su muerte fuera indolora y rápida. ¿No soy generoso? Una hoja desafilada tardaría tres intentos hasta que sus cabezas cayeran, —se vanagloriaba, extendiendo sus brazos hacia ella para limpiar las lágrimas de su mejilla—. Deberías agradecerme, princesa. En lugar de una hoja desafilada, estoy siendo misericordioso ya que no quiero que llores tanto.
¿Misericordioso? ¿Generoso? Aries rió en ridiculo. Claro, era misericordioso por no usar una hoja desafilada que haría sufrir aún más a su familia.
—Asqueroso, —comentó con los dientes apretados, cerrando su mano en un puño—. Me das asco.
El hombre sonrió con autosuficiencia, inmutado por sus comentarios. —Por eso cayó Rikhill. Se creen muy superiores.
En un abrir y cerrar de ojos, agarró su muñeca mientras se levantaba de su asiento en el podio, donde estaban viendo la ejecución.
—¿Qué estás...? —su respiración se entrecortó mientras el hombre, el príncipe heredero del Imperio Maganti, la levantaba sin restricciones. Aries hizo una mueca de dolor al sentir que las articulaciones de su brazo se aflojaban.
—¿Qué estoy haciendo? —levantó una ceja y sonrió malignamente—. Pronto lo descubrirás, Princesa.
Tan pronto como esas palabras le cosquillearon los oídos, un sentimiento de temor subió por su espina dorsal mientras él la arrastraba consigo. Aries intentó resistirse, pero cuando el príncipe heredero tuvo suficiente de su resistencia, un golpe aterrizó en su vientre. Al final, Aries solo pudo jadear por aire mientras él la llevaba en brazos.
Ese día, Aries no solo tuvo que soportar la agonía de ver morir a su familia justo delante de ella, sino que el príncipe heredero la violó a su antojo. Y eso fue solo el comienzo de una interminable pesadilla que la acosaba incluso después de escapar de la guarida de ese diablo.
*
Aries jadeó por aire mientras abría los ojos de golpe. Estaba sudando a mares mientras sus manos y pies estaban fríos como el hielo. Esa pesadilla de nuevo, pensó. Asistiéndose a sí misma para sentarse erguida, pasando los dedos por sus mechones esmeralda. Apretó los dientes mientras su corazón se calmaba, viendo la habitación familiar en el Imperio Haimirich donde se hospedaba.
—¡Haimirich! —se alarmó al mirar hacia donde dormía Abel; había desaparecido. Un suspiro de alivio escapó de sus labios.
—Estoy viva —susurró mientras se palmoteaba el pecho—. Estoy viva.
Sus ojos se llenaron de amargura, doblando sus rodillas para abrazarlas. Hasta ahora, Aries no sabía por qué estaba intentando tan fuerte vivir día tras día. ¿Era por culpa? ¿Su manera de expiación? ¿O el creciente odio hacia el hombre que causó su dolor? ¿Para probarle que, a pesar del infierno que le dio, sobreviviría a todo? Tal vez todas las anteriores.
Ella había pasado por un infierno durante los últimos dos años con ese hombre malvado que la trataba como un objeto que podía violar, lastimar y manipular. Así que su determinación de sobrevivir en Haimirich, incluso si tenía que actuar como un payaso para mantener a Abel entretenido, era más fuerte. Había vivido tanto tiempo, dos años no eran broma.
—No puedo morir aquí así como así —susurró, abrazando sus temblorosas rodillas para calmarse. Miró hacia la puerta cuando escuchó un golpe, oyendo la voz de una sirvienta diciéndole que le había traído agua para lavarse la cara. Aries no respondió inmediatamente mientras respiraba profundamente.
Mientras mantenía su silencio, giró la cabeza hacia la ventana. —Abel... mientras ese hombre esté feliz, viviré en paz. Todo lo que necesito hacer es hacer que me olvide de mí una vez que encuentre un nuevo pasatiempo —asintió con los ojos ardiendo de determinación.
En su mente, tenía que planificar cuidadosamente su salida una vez que Abel se cansara de ella para que él no la matara. Y para eso, necesitaba mantener una buena relación con Abel tanto como fuera posible para recibir su misericordia cuando llegara el momento.
—Puedes hacerlo, Aries —se animó a sí misma, levantando el puño—. Manténlo entretenido.