—Vamos… estás haciendo que mi machete tiemble —dijo ella.
La garganta de Joaquín se movió, estudiando el aire arrogante que emanaba de la espalda de la mujer. Ella estaba sola y su oponente eran cuatro hombres crecidos. Aunque Joaquín estaba seguro de que podría noquearlos sin sudar, la fuerza basal de un hombre todavía era diferente a la de una mujer.
Ella podría ser ágil, pensó, pero cuando echó un vistazo al machete que la mujer golpeaba contra su hombro mientras su otra mano estaba en su cadera, Joaquín inclinó la cabeza hacia un lado. Para ser una persona tan pequeña, se dio cuenta de que bajo ese físico menudo se escondían músculos entrenados. No podría estar llevando ese machete como si no pesara nada.
—¡Corran! —gritó alguien.
Joaquín casi se sobresaltó cuando alguien gritó y los cuatro hombres se lanzaron a correr. Para su desagrado, la mujer hizo clic con la lengua continuamente antes de lanzarse hacia adelante.
«Es rápida», pensó, con los labios entreabiertos.