—¿Qué haces? —preguntó ella, con una voz ronca y suave.
—Observando —su tono era bajo y tranquilo, levantando la barbilla, solo para descansarla sobre su brazo—. Preguntándome.
—¿Sobre qué? —inquirió ella con el mismo tono débil.
—Sobre ti.
—¿Qué sobre mí?
Esta vez, Joaquín no respondió. ¿Qué sobre ella? También se preguntaba qué había en ella que tanto deseaba.
—¿Me amas? —otra pregunta tranquila se le escapó por los labios cuarteados, con los ojos fijos en los de él.
—Mhm. Por supuesto —respondió él sin la menor vacilación—. Mucho.
—¿Por qué?
—También me lo pregunto… —susurró él, aleteando sus pestañas con ternura.
—¿Te sientes mal por las que tengo en la espalda?
Él guardó silencio por un momento. —No. Te lo merecías.
—No me amas.
—¿Porque te hice daño?