—Estoy temblando —susurró tras un largo silencio, notando cómo su pulgar temblaba mientras sostenía apenas una moneda—. Me pregunto por qué.
—Hermano, ¿me llamaste? —Enrique, el cuarto príncipe, suspiró suavemente. La luz del fuego danzaba en el rostro de Ismael, pero al observar su perfil, Enrique apenas podía reconocer al tercer príncipe. No era que Ismael hubiera cambiado su gusto en la ropa o el estilo de su cabello.
Era el comportamiento, la mirada y el tono de voz de Ismael los que lo hacían casi irreconocible. Curiosamente, Enrique parecía ser el único que lo notaba, ya que Ismael seguía actuando como antes frente a los demás.
Ismael permaneció en silencio mientras golpeteaba con la punta de los dedos en el reposabrazos. Sus ojos estaban en la moneda entre su pulgar e índice como si guardara los secretos del mundo.