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—Soy un monstruo —susurró ella, levantando la mirada lentamente para encontrarse con esos peligrosos y profundos ojos rojos—. Tenía miedo, Abel... Estaba aterrorizada.
—Ven aquí, cariño.
—No. —Aries negó con la cabeza profusamente, dando un paso atrás por instinto—. Te haré daño.
—No puedes herirme.
—¡Sí puedo! —Su respiración se entrecortó—. Tengo un cuchillo. Te apuñalaré.
La mirada de Abel se desvió hacia su mano que sujetaba su bíceps y atrapó el cuchillo en medio. —Eso no me matará, cariño.
—¡No lo hará, pero te dolerá! —Aries elevó su voz, sin importarle si alguien más la escucharía. Dio varios pasos hacia atrás cuando él avanzó uno, negando con la cabeza.
—Solo quiero verte y preguntarte si viniste a mí. —Ella comenzó a pasearse, mordisqueando su pulgar, sin darse cuenta de que apuntaba el cuchillo directamente a su pecho—. Entonces, ¿viniste a mí? ¿Me encontraste? ¿Abel?