—¡Su Alteza Real!
Joaquín abrió los ojos de golpe al oír que alguien llamaba en pánico. Miedo, preocupación y alivio nublaban su cabeza, pero al ver que su esposa había sido traída de vuelta, todo en lo que podía pensar era en cuidar de ella. Saltó del caballo y corrió hacia Abel, a quien creía que había encontrado a su esposa.
—¡Circe! —llamó mientras trotaba, pero Abel no detuvo su paso. Joaquín solo se detuvo cuando el otro le lanzó una mirada indiferente, que, por alguna razón, tocó todas las alarmas de emergencia en su cabeza. Habría escuchado su presentimiento, pero esa era su esposa en brazos de otro hombre.
Joaquín continuó mientras Abel seguía camino a la tienda de Aries sin disminuir la velocidad. Cuando caminaba junto a Abel, la confusión se mostraba en su rostro.
—Barón Albe, mi esposa...
—Está lloviendo, Príncipe Heredero —la respuesta de Abel fue indiferente, sin mirar a Joaquín—. Mi querida necesita descanso.
—¿Qué
—Silencio.