Todas las cosas que Abel decía tenían un punto. No necesariamente significaba que él tuviera razón, pero tenía un punto, pues hablaba como alguien que gobernaba una nación. En su vida, siempre había tomado decisiones; decisiones que eran difíciles de tragar.
¿Sería él y la gente de Haimirich? ¿O alguien más?
En este mundo donde conquistar tierras, saquear los recursos de otros territorios y considerar las vidas como meras bajas, esas opciones eran inevitables. Se podría argumentar que la paz también era una opción. Lo era... pero al mismo tiempo, la paz solo se podía lograr si había un temor subyacente. Cuando uno era consciente de que las consecuencias serían fatales si se equivocaban de manera significativa.
Abel tenía razón.