—Mi dama... —Minerva frunció el ceño tan pronto como entró en la habitación de Aries. El rostro de esta última estaba rojo, como si estuviera sin aliento. Su cabello también estaba un poco despeinado, igual que las arrugas en la cama. Antes de que Minerva entrara, tuvo que esperar un minuto porque Aries le dijo que no entrara.
—¿Mhmm? —Aries levantó las cejas, aclarándose la garganta mientras le sonreía.
—Eh... He preparado la ropa que me pediste, mi dama. ¿Te gustaría... estás bien? —preguntó Minerva, notando el sudor en su frente—. Estás sudando, mi dama. ¿Debería abrir las ventanas para que
—¡Detente!
La sirviente, Minerva, se detuvo antes de acercarse a la ventana. Miró a Aries con los ojos muy abiertos.
—Yo... —Aries se aclaró la garganta, rascándose la sien. Necesitaba controlarse. Minerva no era tonta como para no darse cuenta de que estaba actuando fuera de lo común.
—Mi dama, ¿te has lastimado en algún lugar? —preguntó Minerva preocupada, acercándose a la cama.