Cuando Aries se despertó al día siguiente, sonrió con amargura mientras acariciaba el lugar vacío a su lado. No era la primera mañana sin Abel, pero se sentía como si lo fuera.
Era casi increíble.
—Hasta hace poco, me aliviaba cada vez que me despertaba sin él —susurró, suspirando mientras apoyaba su mano sobre las arrugas en la sábana. Todavía podía sentir el ligero calor que dejó y su distintivo aroma en la sábana blanca y en su cuerpo.
Aries sonrió, sabiendo que esas eran la prueba de que Abel había estado con ella la noche anterior. —No estoy tan molesta como pensé que estaría —murmuró, acercándose más al espacio donde él se había tumbado la noche anterior mientras se agarraba a la manta.
Cómo Abel se colaba y salía no le importaba. El hombre era Abel; podía hacer cualquier cosa si quería. Invadir el espacio personal o la propiedad de una persona era pan comido para él. Todo lo que ella tenía en mente era que podría salir adelante en este lugar, lenta pero seguramente.