—Qué mono —se burló Elías—. ¿Intentabas juntar las piernas como siempre, querida?
—No… por supuesto que no —mintió Adeline. Era impulsivo que intentara mover las piernas. Era por hábito—un instinto debido a lo grande que era él.
Elías bajó su cuerpo sobre el de ella, gruñendo bajo cuando sus labios tocaron su miembro endurecido. Rozó sus labios contra su oreja y la besó.
—¿Qué te gustaría hoy, querida? —murmuró Elías, hundiendo sus dedos en sus muñecas cuando ella se mordió el labio inferior.
—¿Quizás te gustaría que tomara un aperitivo? —preguntó Elías, alcanzando su espalda para desabrocharle el vestido, se lo quitó y lo lanzó a un lado.
Elías escuchó como su corazón se saltaba un latido, miedo en su expresión.
—O quizás, ¿te gustaría tener un aperitivo sobre mí? —inquirió Elías, viendo la confusión nublar esos ojos grandes e inocentes de ella.