—Vigilen a la Reina —instruyó Elías a los guardias que estaban al final del corredor. Acababan de subir después de recibir la orden hace unos minutos.
Elías a menudo dejaba este pasillo sin guardia ni soldado. No era que confiara en su seguridad, sino porque la gente sabía mejor que eso. Eran lo suficientemente sabios como para no husmear en la hacienda de Su Majestad, llena de cámaras de seguridad, armas de alta tecnología y punteros láser invisibles. La persona equivocada podría tener su cabeza cortada en el primer paso.
Lamentablemente, Adeline era un caso especial. Era humana, débil y frágil, pero llena de emociones y vida. No podía permitir que la atacaran en su dominio.
La tecnología del pasillo la mantenía a salvo, pero él prefería tener gente con ella en todo momento. De esa manera, alguien podría salir corriendo e informarle de un ataque.
Y si solo Elías supiera, ella no necesitaba un guardia en primer lugar. Todo su cuerpo era un arma.