—... y no creo que nos volvamos a ver así. Lo siento mucho, Diana.
Sus palabras salieron de sus labios como si no fuese nada, tan casualmente. ¿Él sabe cuánto ella había alimentado ese sentimiento? ¿Cómo podía destrozar su enamoramiento de siete años con solo unas palabras?
Diana lo observó levantarse e irse sin siquiera mirar atrás hacia ella. Ella permaneció sentada en la silla, con lágrimas nublando su mirada. No sabía cuánto tiempo estuvo allí, mirando fijamente el lugar donde él acababa de sentarse hasta que el camarero vino a decirle que estaban por cerrar.
No sabía cómo había llegado a casa ese día, lo único que sabía es que se había encerrado en su habitación por días, negándose a salir.
Cada día desde aquel entonces se convirtió en una pesadilla. Antes de eso, había seguido viviendo porque tenía una razón para vivir, pero ahora que su única fuente de alegría había desaparecido, ¿por qué más debería luchar?
...