Tang Moyu contuvo la respiración al mirar a Feng Tianyi. Su rostro se tornó en un profundo matiz rojizo al sentir un endurecimiento presionando debajo de su trasero. No hacían falta palabras para hacerle saber que el diablo la deseaba.
—Moyu, aunque soy así. Todavía soy un hombre —lo oyó murmurar contra su cuello, rehusando encontrarse con su mirada—. Besarte, sostenerte así... estaría mintiendo si dijera que no me afectas —continuó.
Cuando él levantó la cabeza y miró su rostro, Tang Moyu pudo ver que sus ojos estaban oscuros y no podía apartar su mirada de él. Se sentía como bajo un hechizo. Un hechizo tan magnético que no podía desviar sus ojos de él incluso si quisiera.
—Así que Moyu, mejor vuelve. No puedo prometer que seré capaz de detenerme si sigues provocándome de esta manera —su risa sonaba como si se estuviera conteniendo, soportando un tipo de dolor que solo ella podía aliviar.