Lerna pasó sus dedos por la sábana a su lado y la encontró... vacía y fría. Abrió bruscamente los ojos solo para descubrir que Rigel se había ido. Habían tenido una noche apasionada antes y Lerna se sentía tan vigorizada y feliz. Rigel le había dicho repetidamente cuánto la amaba y que era imposible estar sin ella.
Se quitó la manta y se levantó. Al salir, tomó su bata y se anudó el cinturón alrededor de la cintura. Salió rápidamente y preguntó a los guardias dónde estaba el Príncipe Rigel.
—Lo vimos vestido. Quizás ha salido a pasear —informaron ellos.
No creyéndoles realmente, Lerna volvió a entrar, con el corazón encogido. Sus ojos se dirigieron a una carta sobre la mesa y con anticipación, caminó hasta ella para verla. Era lo que esperaba que no fuera.
—Querida Lerna,