Cuando el rey ordenó con un gruñido, no había forma de que Nora pudiera oponerse. Ella agarró la copa y bebió la mitad cuando Tania dijo —¡Alto!
Nora ya respiraba con dificultad. La amargura del veneno ya había quemado las papilas gustativas de la lengua. Sentía la garganta constreñida y su corazón latía más despacio a un nivel anormal. Sus labios comenzaron a temblar y se tornaron azules. Ya no podía sostener la copa. Sus manos temblaban violentamente y la copa cayó sobre la alfombra. Nora bajó la cabeza. Cerró los ojos. Sentía sus entrañas como si estuvieran en llamas. Cada pequeña parte de su cuerpo ardía y estaba entumecida al mismo tiempo.
Ya no pudo seguir sentada, su cuerpo se balanceaba como una hoja seca en una tormenta de verano. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Su visión se volvió borrosa. Murmuró con su lengua hinchada —Me están matando...