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Taiyi estaba parada a un lado. Podía ver que su hijo estaba impaciente y nervioso. El Aether se derramaba de sus ojos y se deslizaba en diagonal desde los costados.
—Pero necesitas al menos un día más —dijo, mientras cruzaba los brazos sobre su pecho—. Estás ahí, pero no está refinado.
Él disparó otro rayo a otra estatua de una sirena, la cual estalló, enviando sus escombros por el aire. —¡No tengo tiempo, Madre! —respiró—. Si quieres ayudarme, ¿por qué no vienes a Draka conmigo? Además, no puedo esperar para anunciar a Tania como mi novia.
—¿Estás seguro de que quieres anunciarlo? —preguntó Taiyi, acercándose a él y haciéndole ajustar las manos en la posición correcta.
—¡Por supuesto! —dijo con voz ronca—. ¿Cómo sino voy a explicar a todos ahí afuera sobre mi magia? La raya plateada que salía de sus ojos se volvió tan aguda que Taiyi retrocedió. Su lobo era en realidad muy antiguo y probablemente el espíritu de un Dios ancestral.