Lerna olvidó respirar —ronroneó cuando Rigel colocó su dedo sobre sus labios—. Pero al mismo tiempo, su cuerpo se tornó lánguido, aliviado de encontrarse con él. Se preguntó si debería retroceder y poner algo de distancia entre ellos por miedo a que él pudiera ser asesinado. Sin embargo, no podía. Simplemente no podía. Su lógica se esfumó por la ventana.