Morava estaba arrodillada frente a Biham, que se había despertado después del alboroto. Había dado órdenes directas de que lo despierten si algo le sucediese a Tania o cuando ella despertara. Casi había corrido desde el ala norte del palacio hasta aquí. Cuando vio que los guardias tenían a Morava como prisionera, su temperamento estalló. Ordenó a los curanderos que llevaran a Tania adentro de nuevo.
—Padre, solo había venido a saludar a Lusitania. Ella estaba— Morava cerró la boca de golpe al darse cuenta de que estaba hablando otra vez. ¿Cómo era eso posible? Miró hacia las puertas cerradas de la habitación de Tania, desconcertada.
Biham gruñó y se lanzó hacia ella. Agarró su cuello con ambas manos, estaba tan furioso que comenzó a apretar cuando de repente, oyó a su esposa.
—¡Biham! —Sirrah acudió corriendo a su lado y sujetó sus muñecas—. ¿Estás loco? —intentó arrancarle las muñecas del cuello de Morava—. ¿Quieres matar a tu hija por otra?