—¡Corred, corre con el bebé! —gritó Arthur mientras los guardias empezaban a perseguirlos a través del campo. Bañado por la luz de la luna, el campo era un parche verde rodeado de altas murallas palaciegas. El paisaje estaba lleno de charcos de agua y flores silvestres.
—¡Atrapadlos! —gritó un guardia a pleno pulmón.
El bebé lloraba en los brazos de Cordea. —Shhh, mi niño —dijo Cordea—. Si lloras, los guardias se enterarán de ti.