—¿Hermano, todavía hay algunas personas en el templo? ¿Son todos nuestros propios hermanos, verdad? —el Noveno Maestro confirmó su sospecha con Nighthawk.
—En principio, son todos nuestros propios hermanos. Por supuesto, es posible que algunos de los más atrevidos no se hayan asustado —respondió Nighthawk.
—Entonces deben ser de la policía —El Noveno Maestro lo dejó claro.
—Hermano Noveno, ahora que hemos entrado al templo y visto caras desconocidas, debemos estar especialmente vigilantes —sonrió y dijo Nighthawk.
—Hermano, entiendo —asintió el Noveno Maestro.
—Vamos a subir la montaña —propuso Nighthawk.
Esta vez, Nighthawk subió la montaña con una docena de sus subordinados.
Cuando entraron al templo, estaba casi vacío. Ocasionalmente, dos o tres visitantes se arrodillaban sobre futones en cada sala. El monje a su lado vestía una túnica amarilla y golpeaba el mokugyo, guiando a los visitantes a ofrecer incienso.
