—Señorita Ye, ¿tiene miedo? No tenga miedo. No soy un fantasma. Simplemente no morí —dijo Liang Zhou mirando a la ansiosa Gao Wen y a Ye Xin, quien se preparaba para huir.
—¿Quién tiene miedo? ¿De qué hay que tener miedo? Además, tú eres la que quiere hacerme daño. ¡Todo es tu culpa! Quiero llamar a la policía y denunciarte por secuestro —apretó los dientes Ye Xin antes de que resueltamente se girara para enfrentarse a Liang Zhou. Sabía que ya no había forma de retroceder. Solo podía obligarse a permanecer tranquila e intentó no temblar antes de decir.
—Ye Xin, realmente te admiro. Si hablamos de descaro, no hay nadie que pueda compararse contigo y Mu Qing —se rió ligeramente Liang Zhou mirando a Ye Xin, quien claramente solo era feroz por fuera pero débil por dentro, antes de decir.
—Tú… ¿No eres la esposa de Mu Qing? ¿Qué haces aquí? —preguntó confundido uno de los ancianos que había reconocido a Liang Zhou primero.