Ye Xin odiaba especialmente cuando los niños lloraban. En cierta medida, le asustaba. Sin embargo, ahora no era momento para pensar en su miedo. Sabía que si Jiang Jin escuchaba los llantos del bebé, sin duda vendría a echar un vistazo. En ese momento, le sería difícil explicarse, y el prejuicio en su contra solo se profundizaría.
Por eso, Ye Xin se adelantó y miró fijamente a A Nuan mientras decía:
—¡Date prisa y calma a este niño! ¡Haz que deje de llorar!
A Nuan asintió apresuradamente.
Sin embargo, el bebé se espantó por la expresión feroz de Ye Xin y lloró aún más fuerte.
A Nuan acarició al bebé y lo calmó con voz suave:
—Sé bueno, bebé. No llores, no llores.
La impaciencia de Ye Xin se le notaba en toda la cara. Miró alrededor para ver si alguien venía. Estaba ansiosa y avergonzada. No pudo evitar suplicar:
—No llores. Por favor, no llores.
A Nuan continuó acariciando la espalda del bebé con suavidad.