Al escucharla llorar, Fu Sinian sentía como si un gato le arañara el corazón.
Nunca había tenido tales sentimientos en su corazón.
Su llanto le dolía en el corazón, pero no sabía cómo consolarla.
Solo podía abrazarla suavemente en sus brazos.
En este momento, Shi Qian no quería preocuparse por nada. Solo quería desahogar sus emociones. Solo ella sabía qué tipo de tortura había experimentado.
Después de un rato, recuperó algo de su compostura. Levantó la vista de los brazos de Fu Sinian y se sintió avergonzada al ver que su camisa estaba húmeda.
—Lo siento, Joven Maestro Fu. Ensucié tu ropa —vio pañuelos en el mostrador de servicio y se dio la vuelta para sacar algunos y limpiarle.
Fu Sinian sostuvo su muñeca y la detuvo. Le quitó el pañuelo de la mano y le secó las lágrimas del rostro.
Shi Qian lo miraba fijamente.
Sus movimientos eran suaves, como si tratara con algún tesoro precioso.